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Ya han pasado varios días desde el Nacimiento de Maite y con esta misma energía de luna llena que anda en estos días comenzamos el viaje del parto el mes pasado, la luna estaba potente esas noches, la noche del eclipse lunar comencé a botar el tapón mucoso y las primeras contracciones regulares estaban presentes, la alegría llego, sabía que esto había comenzado, el miedo de llegar las 41-42 con cesárea anterior se esfumaba rápidamente.

Después de unos días comenzamos con el trabajo de parto, las contracciones se pusieron intensas, el dolor lumbar y en el pubis aumentaban y hacían necesario que intentara de todo, entre masajes, guateros, caminatas, agua caliente y cambios de posición fue avanzando el trabajo de parto, iba lento, pero avanzábamos, cada momento se hacía más intenso y cansador, cada instante necesitaba más contención, Juan Carlos estaba ahí, intentado cubrir mis necesidades, su rol era intenso y fundamental, mi compañero de vida, el padre de Maite, mi doulo y el matrón de nuestro parto. Habían momentos en que sentía que él no podía solo, yo necesitaba mil cosas a la vez, pero seguíamos junto en este viaje, queríamos esta intimidad, queríamos estar solos, queríamos acompañarnos en este momento tan especial, si bien ambos habíamos acompañado muchos partos, este parto era especial, unos de los más importantes de nuestras vidas.

No fueron fáciles las horas de trabajo de parto, al final de la noche la intensidad de las contracciones había crecido y mi dolor también, estaba desesperada, sentí la necesidad de estar acompañada por otra persona, Juan Carlos comenzó a llamar a Pamela quien nos acompañaría si la necesitábamos, había otro parto ese mismo día, ella iba camino a casa de esa mujer, llamamos a Alejandra, estaba en Concepción y tampoco podría venir, yo estaba desesperada me dolía, gritaba, comencé a verbalizar que no podía más, que quería anestesia, a llamar a mi mamá, luego de las contracciones, en esa maravillosa pausa, pensé y me escuche, sabia que ya debía estar con dilatación completa, que era el momento de la desesperación, del rendirse, del morirse, eso lo había visto muchas veces como matrona.

Después de un rato Pamela aviso que venía en camino a nuestra casa, cuando llego yo ya estaba en la etapa crítica del parto, en donde necesitaba contención, en donde necesitaba esa energía femenina, esa contención de una mujer, en donde la dualidad estaba presente, pasaba del amor al enojo, del optimismo a sentir que no podría hacerlo, de tener ganas de irme a la clínica y luego querer seguir en casa, intentaba buscar posiciones para pujar, ninguna me acomodaba, el reflejo del pujo no llegaba, me sentía cansada, gritaba, tenía miedo, esos miedos del parto anterior comenzaron a llegar, sabía que era un parto distinto, una vida diferente que llegaría a la tierra, una madre y un padre con más experiencia, pero la memoria de mi cuerpo y de mi alma aun resentían el parto anterior, la imagen de verme en un pabellón acostada llegaban a cabeza, pero seguíamos, Juan Carlos y Pamela miraban con cara de paz y tranquilidad, yo en lo más profundo también sabía que todo iba bien, que solo era cuestión de tiempo, de soltar, de entregarme y parir, ya quedaba poco muy poco, yo sabía que en casa había ese “olor a parto”, eso fue lo primero que dijo Pame cuando entro, ese mismo olor que sentía cuando acompañaba a las mujeres en sus casas y que me daba la tranquilidad y la paz de saber que todo iba bien…

En esta etapa crítica antes de pujar transite por mil vidas, todo el conocimiento de la obstetricia que había aplicado alguna vez, se hacía presente, las experiencia de partos naturales de la mujeres que acompañe llegaban como imagen a mi cabeza, los partos de mi abuela, de mi madre, de las mujeres de mi familia llegaban como leyendas míticas, toda mi historia se manifestaba en este momento crucial…y luego de un rato me puse de pie y pude encontrar la posición para pujar, sentí el deseo de pujar, una fuerza incontrolable e increíble llego a mi cuerpo, primero intente sostenerme de mis piernas, pero no pude, quería colgarme, encontré el cuerpo de Pame y ahí me sostuve , me agarre con una fuerza que ni yo sabía que tenía, parada y casi en posición de plegaria sostenida por el cuerpo de Pame comencé a pujar y sentir como descendía Maite, en ese momento toque mi periné y sentí su cabecita asomándose, pensé en los desgarros y luego con los ojos cerrados pensaba en lo que había escuchado y leído un par de veces…las mujeres en el parto se mueren para entrar al mundo espiritual e ir a buscar el alma de su bebe y tráelo a la tierra, eso lo pensaba y repetía en mi mente para poder atravesar ese umbral del parto, para poder cruzar ese anillo de fuego que quemaba mi cuerpo en ese momento. Juan Carlos estaba en el suelo esperando recibir a Maite y así con esa fuerza, ese calor, ese fuego y con nuestras manos en su cabeza logre cruzar el umbral de la vida y la muerte y pude parir a Maite y nuestras manos recibir su cuerpo para traerlo a la tierra.

Sostuve a Maite en mis brazos, me senté en el suelo, y pensaba que esto era un sueño, miraba las paredes del dormitorio, la luz que reflejaba la lámpara de sal, sentía el calor del lugar, el olor a parto, ese amor profundo que genera el cocktail de hormonas se podía respirar en este espacio, en nuestro lugar, en nuestra casa…

Agradezco el camino recorrido, las experiencias de partos de las mujeres que acompañe en estos años, el conocimiento obstétrico aprendido como matrona, el maternaje a Julieta y lo aprendido en su parto, la presencia de Juan Carlos quien me acompaño y cubrió mis necesidades, a Pamela quien me sostuvo en el momento crítico, a todos los que nos acompañaron en la gestación y nos entregaron sus mejores deseos y dones, a la vida por regalarnos la oportunidad de parir y nacer como siempre soñamos…